Olvidados por la historia: Miguel Hernández, unionense de adopción

"Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazo su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle luz!" (Pablo Neruda).


El pasado 30 de octubre se cumplía el 110 aniversario del nacimiento del poeta y dramaturgo oriolano, Miguel Hernández Gilabert. Este poeta, exponente de la Generación del 27 mantuvo una estrecha relación con nuestro municipio, siendo este un continuo motivo de inspiración poética.



Hernández fue pastor de cabras desde muy temprana edad. Aunque su creciente amor por la literatura le lleva a leer a los grades autores del Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la barca o Góngora. En 1931, consigue el único premio literario de su vida concedido por la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano, con el poema titulado Canto a Valencia.

Miguel estableció una excelente relación con dos celebres unionenses, María Cegarra y su hermano, Andrés, cuyas obras sirvieron de inspiración a Miguel para realizar su obra teatral, Hijos de la Piedra. María y Miguel se conocieron un 2 de octubre de 1932 en el homenaje a Gabriel Miró que se celebró en Orihuela.

Se establecía de este modo un eje cultural de primer orden entre Cartagena, Murcia y Orihuela, además de La Unión, configurando un Sureste o Levante Literario ideal, que superaba barreras territoriales, administrativas y que aspiraba a servirse de la cultura como nexo de unión. Por nuestra localidad pasaron muchos de los escritores más relevantes de la contemporaneidad murciana literaria: Carmen Conde, Antonio Oliver, Juan Ramón Jiménez o Ramón Sijé, entre otros.

María Cegarra, Carmen Conde y Antonio Oliver en la romería lírica a Oleza en homenaje a Gabriel Miro


Tras su ruptura con Josefina, Miguel se refugió en sus cartas a María Cegarra, a la que visitó en diferentes ocasiones. Además, el célebre poeta le regalo el manuscrito de El rayo que no cesa a María. Motivo por el cual, María siempre se consideró la destinataria de la dedicatoria del libro. Se inicia entonces una relación epistolar, ya que necesita una musa dónde desahogar sus pensamientos amorosos. Sin embargo, la unionense dejó de escribirle, por lo que Miguel se sintió muy dolido.

La pasión común por la poesía, su amistad con Carmen Conde y Antonio Oliver, su relación platónica con María Cegarra se truncó con la llegada de la Guerra Civil. Hernández se alistó en el bando republicano, participando con la 5ª Brigada en la Batalla de Teruel o en el frente de Extremadura. Durante esta etapa, escribió algunos de sus poemas más conocidos como: Nana de la cebolla, Cancionero y romancero de ausencias o Pastor de la Muerte.

Tras la guerra, fue encarcelado por el bando franquista. Muriendo una oscura noche de marzo de 1942, a la edad de 31 años de edad. El tifus y la tuberculosis pusieron fin a la vida del poeta del pueblo, una persona que lucho siempre por los más débiles y desfavorecidos.

Nuestra Sierra Minera, llena de castilletes, hornos y minas dejó una profunda huella en el corazón de Miguel, una pasión plasmada en la obra de María Cegarra, que habla así de la relación del oriolano con nuestra tierra:

Lo lleve a embeberse de la luz de la sierra, de los fondos marineros, los limpios azules que desde tantos lugares de la ciudad se alcanzaban. Entonces el mar se ofrecía a la mano. Desde muchos balcones, desde cualquier terraza de La Unión, se gozaba de la visión del Mediterráneo, y aún más cerca, la del Menor, todavía no escamoteada por esos monstruos de hormigón de la nueva arquitectura que achica y ensombrece la ciudad.

Miguel Hernández, Carmen Conde y María Cegarra en una excursión a Cabo de Palos


Lo que más le gustaba a Miguel era contemplar la puesta de sol alcanzada frente a la mole del Cabezo Rajao, con su airón de sandía rota, hoy emblema de la minería unionense. Todo el telón del cielo poblado de ígneos oros, anaranjadas llamas, fuga de lujos amarillos, materia prima para la paleta del pintor...

Miguel Hernández es hoy en día una referencia ineludible de las letras españolas por su valor literario y humano. Su obra y ejemplo de vida son reflejos de los grandes valores del ser humano. Una vida marcada por la Sierra Minera y una unionense como María Cegarra, cuya influencia en Miguel es imborrable.

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