'Si las almas hablaran...'

Actuación de Marina Heredia en el Cante de las Minas.


"Bailemos un tango, pero de Graná. Que nos alumbren las luces que nos lleven del Paseo de los Tristes a la Alhambra, y de esta a la puerta de la Catedral, pero la del Cante. Que resuene en el mundo entero ese soplo de aire familiar, y ese aullido, con el que Marina Heredia rompió una vez más el sepulcral silencio en el que la Catedral del Cante estaba sumida minutos antes de las 11 de la noche, ese estival día del 5 de agosto de 2023.

Carácter, ímpetu, fiereza. De muchas maneras se puede describir el espectáculo ofrecido por la cantaora granaína, aunque si debiésemos reducirlo a una, sería, sin duda, homenaje. Un homenaje a las mujeres, que inició con unos tangos de Granada, destacando desde un primer instante su voz soplada, como si cantase de pulmón y garganta, “a lo sufrío”. Pieza central fueron los graves, que, tras dar paso a un interludio de guitarra, cerraron el cante con un sentido final.

A ello le siguió una milonga, primer homenaje de la noche, a aquellas personas, que, en consonancia con lo expresado por la artista, se merecen todo y más. Las madres. “En los brazos de mi madre recuerdo el triste amor mío”. Recuerda, Marina, recuerda, y haznos recordar también a muchos algo de lo que nos podemos por instantes olvidar, el amor de una madre. En tintes arabescos, menores, y junto a tu compañero de fatigas, José Quevedo “Bolita”, sacaste a pasear tu lamento y tu pesar, casi con esas ganas de revivir a quien un día, fue tu todo. Sensible y coherente por igual, Bolita se mueve entre las notas, mientras tu voz se rompe de dolor y cariño, en una dura y tierna expresión al mismo tiempo, que acaba en un acorde mayor, alegre, en un susurro de esperanza.

Reinó posteriormente una leve alegría en el público, cuando anunciabas un cante por seguiriyas, en el que te impones sobre todos tus oyentes para seguir contando con tu cante tu historia. Apretando el pecho y dejando retumbar el sonido en tu cabeza, notable hasta desde el punto más alejado del escenario, ayeas, proyectando tu voz hasta hacer temblar el talante seguro de algunos, dejándose sentir lo reprimido en ellos y ellas. En cada estrofa comienzas con un ayeo y gran melisma, y en cada tercio resuelves con temperamento, a su vez que con mesura.

Y los amigos. ¿Qué haríamos sin ellos? Y en este caso tú, que con palabras de agradecimiento, cantaste a tu amiga y maestra, Encarnación Fernández por levante. Una falseta tarantera, de secciones contrastantes largas-mayores y rápidas-menores rodeaste con tu voz interior, y mientras lloraban tus ojos sin lágrimas, conseguías arrancar uno de los más emotivos aplausos posibles. Lo que se hace por los amigos, ¿no?

Si no, que se lo digan a Carmen Linares, otra de las grandes homenajeadas de la noche. Una mujer “que abrió la veda, que abrió camino” en el antaño masculino mundo del cante por cañas, que, no podía ser de otro modo, interpretaste. Tras un inicio progresivo en lo que a intensidad se refiere, Bolita te imita la voz, te imita las notas. Una vez más, gritas. Gritas por todas esas mujeres, que pueden hacerse valer por sí misma. Por todas las que estuvieron, están y estarán siempre, luchando. Cantas representando la tragedia, escondiendo tu voz magistralmente tras la instrumentación, como ellas alguna vez por miedo se escondieron. Y, por supuesto, concluyes acelerando, directa y cortante, como aquellas que lo mismo hicieron, para dar un paso al frente, y en la mente de todos los que por incierto o imposible lo daban, vuestro justo lugar ocupar.

Una narrativa similar mostró Bolita, mientras la cantaora se ausentaba del escenario. Tímido, cohibido, empieza a tocar, en una oscura soledad que de no ser por el apoyo de sus amigos (el resto de instrumentos), va soltándose y liberándose hasta sentirse libre, bailar entre los trastes. Pasa de creer ser una frágil gota de agua, a transformase en un océano entero, de aguas doradas, como el reflejo de la cantaora al volver a salir a escena.

De nuevo, dedica un cante, esta vez por farrucas, esta vez, “al mejor bailaor por farrucas que jamás pudo existir”, su tío Manolete. La falseta ya desprender ese sentimiento de añoranza, y desplaza un inicio intenso en cada tercio a un final casi susurrante, casi inaudible, desinflándose de dolor. A ello le sucede una sección creciente en intensidad, en que retumba la percusión por las paredes de la Catedral.

Paso se abren entonces una malagueña y unos fandangos. En la que guitarra y voz se complementan en cada sección, alternándose el protagonismo. Es sublime el modo en que a lo largo de la malagueña, la cantaora mantiene el tipo, el aire, sin desinflarse, mostrando no un aguante meramente físico, sino emocional, pues se siente que lo hace por alguien. Un destacado melisma da paso a un brutal cambio de carácter en el inicio de los fandangos. Y es maravilloso, Marina, que ratifiques tu arte y tu espíritu, “más fuerte que la Alhambra, porque la Alhambra retumba, pero tu corazón no”. Pero claro, ¿cómo no va a retumbar el corazón de aquellos que, con admiración te observamos desde el otro lado del muro que establecen los límites del escenario? No nos quedó otra opción que enrojecer las palmas de nuestras manos en un emotivo aplauso.

Por bulerías, tangos y rumbas, esto último con gran sorpresa, dabas cierre a un más que memorable concierto, lleno de lágrimas y sobresaltos, de gritos que inhiben a cualquiera de su razón, obligándoles a sentir el pulso del corazón en su pecho. Y con gran afán, y justo merecimiento, nos levantamos a aplaudirte, porque lo que no pudimos pedirte, como una madre, atenta, tu ciegamente nos lo diste".


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(*) Natural de La Unión, estudia Historia y Ciencia de la Música en la Universidad de Granada



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